Ya hace tiempo que se viene hablando de casas inteligentes con todo tipo de objetos con control remoto. Incluso de aparatos con “autonomía” que saben lo que tienen que hacer sin que un humano de lo indique. Pero el Internet de las Cosas (IdC, o IoT en inglés) va más allá. Imagínate que los cristales de tu ventana son capaces de decirte la previsión meteorológica, o que el microondas sea capaz de contar las calorías del plato que metas en él. Parecen acciones de una película futurista, pero todo esto no está tan lejos en el tiempo como parece.
Lo cierto es que esta tecnología lleva aplicándose desde hace varios años, pero aún no se ha extendido del todo su uso comercial, por lo que se hace raro imaginar cómo puede formar parte de nuestra vida cotidiana más allá de nuestro smartphone conectado a la red. En sectores como la medicina, el Internet de las Cosas está más avanzado y se confía en sistemas que monitorizan a los pacientes a través de los cuales se obtienen datos en tiempo real. Además ayudan a mejorar el confort del enfermo con aplicaciones de asistencia, como las smart beds, que se ajustan automáticamente a la presión y soporte que el paciente necesita.
También es habitual encontrarse con aparatos conectados a la red en las fábricas de producción en masa y para controlar la infraestructura urbana y el medioambiente. De hecho, según un estudio realizado por la empresa especializada Aruba Networks, de aquí a 2019 el 85% de las empresas planea adoptar el IdC en sus respectivas actividades.
Pero… ¿Qué es exactamente el IdC?
El Internet de las Cosas se puede definir como un entramado que conecta objetos a través de la red. Es decir, el objeto es capaz de conectarse a Internet y además desempeña una serie de tareas programadas de forma remota, como descargar datos específicos en tiempo real o realizar acciones automáticamente después de recibir un estímulo concreto.
Todo esto se hace realidad gracias al sistema RFID (Radio Frequency Identification, en español Identificación or Radiofrecuencia). Consiste en instalar un chip de un tamaño casi invisible en cualquier tipo de objeto para que este sea capaz de procesar y compartir información a partir de él continuamente.
Podemos decir que estamos en plena revolución de la relación entre las cosas y las personas, y también un cambio en la interactividad de las cosas entre sí. Cada vez está mucho más cerca la digitalización de todo lo físico. Y poco a poco, el mundo se va pareciendo más a las películas futuristas.
¿Por qué todavía no tiene un uso cotidiano?
El principal hándicap que se presenta con el IdC es la falta de seguridad. Según el mismo estudio citado en el tercer párrafo, un 84% de las empresas encuestadas han sufrido una violación de ciberseguridad a través de objetos que se conectan a la red. Por eso, más de la mitad de las respuestas señalan a esa facilidad de recibir ataques externos como una «barrera clave».
Otro problema, algo menor, es el consumo de energía de los objetos inalámbricos. Aún se sigue investigando para dar con la clave de una tecnología que gaste la mínima batería posible al conectarse a Internet. Para solventar este problema se ha pensado incorporar NFC o Bluetooth 4.0, pero de esta forma los dispositivos necesitan estar cerca unos de otros, por lo que se perdería la esencia del Internet de las Cosas.
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